miércoles, 30 de diciembre de 2015

Como una moneda rodando cuesta abajo

Me desperté a las 8:30 —espantosamente tarde si pretendía llegar al trabajo a las nueve—, y la mañana ha seguido a partir de ahí como una carrilana rodando hacia el puerto en una carrera de las fiestas patronales de un pueblo pintoresco en agosto.
He decidido no desayunar y he valorado no ducharme, si he de ser sincero, pero al final por lavar la conciencia me he dado una ducha rápidísima de la que salí resbalando cuesta abajo y sin frenos por el pasillo a las 8:41.
A las 8:43 agarré unos pantalones con la mano que saqué por el cuello del polo mientras me colocaba un calcetín; al ponerlos caí en la cuenta de que tenían un agujero en el bolsillo, pero eran de repente las 8:48 y no tenía tiempo de cambiarlos.
Salí corriendo de la habitación a las 8:50, y volví a entrar diez segundos después porque me había dejado las llaves de casa, las del coche, la cartera, el reloj, el zapato izquierdo y las gafas.
Me lo metí todo apresuradamente en el bolsillo del pantalón, y también los cascos, que estaban enganchados al móvil y quedaron colgando por fuera. Iba a meter también el monedero, pero como eran demasiados bultos pensé que sería mejor vaciar directamente las monedas en el bolsillo, para que ocupasen menos.
El caso es que todas esas decisiones (poner el despertador, desayunar o no, ducharme...) son tan pequeñas que ni siquiera tengo el recuerdo de haberlas tomado; como esa lluvia fina que parece no estar cayéndote encima pero te acaba mojando igualmente.
Las cosas me fueron pasando por el sueño y la vagancia y la falta de tiempo, y yo mal que bien seguí corriendo hasta las 8:51, cuando un chaparrón de monedas de cinco y diez céntimos se coló por el agujero del bolsillo de mi pantalón y se me escurrió por la pierna, sin que hubiera ningún momento clave en el que todo se hubiese ido al traste, ninguna decisión consciente a la que echarle la culpa.
Acabé entrando en el trabajo pasadas las nueve y cuarto, atribulado y cojo como Ahab, pisando sobre dos euros y pico en moneda pequeña que llevaba metidos en el zapato y haciéndome preguntas muy serias sobre el sentido de mi vida.

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