viernes, 1 de mayo de 2015

Bit of a conundrum, here

Son las cuatro de la mañana y estoy en ese punto dulce de sueño en el que debería apagar el ordenador, dejarlo en la mesilla, y echarme a dormir. Pero entonces dejaría de oir la música, claro.
El problema es que me dejé la radio encendida, antes de coger el portátil y abrir Spotify. Y en la radio está Iker Jiménez hablando de las pruebas científicas de la existencia de la telequinesia.
Y ya me está molestando ahora mismo lo poco que oigo en las pausas entre canción y canción, acolchado el sonido por los auriculares, pero es que la posibilidad de tener que escucharlo a viva voz, por poco tiempo que sea, me cabrea hasta el punto de no dejarme dormir. Es un problema ridículo, estoy de acuerdo, un guisante bajo la almohada; pero a las cuatro de la mañana mi cerebro es como un rinoceronte en estampida, incapaz de girar. Puedo echarme horas debatiendo si salir de cama para beber un vaso de agua o ir al baño.
La única solución que se me ocurre, y no consigo escapar de ella, es levantarme cuidadosamente de la cama con el portátil en la mano, sin sacarme los cascos ni desenchufarlos para seguir oyendo música mientras camino, y apagar la radio sin sufrir las chorradas de Jiménez.
Antes de acostarme, antes incluso de encender la radio, fregué los platos de la cena, lo cual no es una labor de riesgo; pero una taza consiguió escapárseme de las manos, saltó hacia arriba y cayó describiendo una parábola preciosa hasta estrellarse contra el suelo.
Llegué a la habitación cabreado conmigo mismo, me distraje un momento y cuando me quise dar cuenta tenía el móvil en la mano y estaba mirando twitter, como Homer Simpson pegándole a un gato. Espantado, lo dejé caer sobre la mesita de noche, en concreto encima de las gafas; se deslizó sobre ellas y cayó por la parte de atrás de la mesa.
Al apartarla para recoger el móvil, la lámpara se vio sin ninguna mesa debajo y se precipitó al suelo, decidida, amenazando romperse ella también; pero yo la agarré en el aire —con una agilidad completamente impropia de mí, francamente—, y la volví a colocar sobre la mesa, de donde la tiré con el codo medio minuto después. 
Con estos antecedentes, comprenderéis que no me fíe de ser capaz de sujetar el portátil con una mano mientras sigo conectado a él a una distancia fija mediante los auriculares, dar tres pasos en la oscuridad y depués una vuelta sobre mí mismo para apagar la radio con la mano libre sin acabar enredado con el cable o tropezándome con la alfombra o tirando el ordenador por la ventana.
Me resulta imposible de imaginar, a estas horas de la mañana; así que aquí estoy, oyendo de fondo cuando para la música a Iker Jiménez hablar de gente que mueve objetos con la mente.

Versión en gallego aquí

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