viernes, 14 de marzo de 2014

Reseña de reseña

Incluso ahora, que hace años que no juego al baloncesto, tengo interiorizado el mecanismo del tiro a canasta. Lo practiqué mucho de pequeño y llegó a resultarme natural. No medía mentalmente la distancia a la que estaba del aro, ni me concentraba en seguir la mecánica de tiro paso a paso, ni calculaba la fuerza o el ángulo; simplemente miraba fugazmente la canasta y me salía el gesto fluído, sin saber cómo. La puntería se tiene sin entenderla.
Cuando tiras un tiro libre, el reloj está parado. Como si no hubiese tiempo. El partido está suspendido; tú tienes en tus manos el único balón, y todos te miran.
En ese momento te das cuenta de que ya no recuerdas cómo tirar a canasta. Que nunca lo has sabido realmente; solo había que oír la música y dejarse llevar.
Y mientras todos bailan en un instante infinito, tú eres consciente del peso y la solidez de tu cuerpo. Notas un cosquilleo eléctrico que te nace en el tríceps y baja por el brazo poniéndote los pelos de punta.
La manera que tienes de salvar la situación es fiarte de la precisión de la mecánica. Separas los pies, flexionas las rodillas, levantas el brazo de apoyo formando un ángulo recto con el codo, notas el contacto del balón en las yemas de los cinco dedos y la concavidad de la mano. Cada parte de tu cuerpo se mueve por separado, no recuerdas si estirar las piernas antes o después que el brazo. Inmediatamente después de soltar la pelota sientes un vacío en el anverso de la muñeca, como si te faltase de repente el reloj. Pero a veces el tiro entra, claro.
Jorge Martínez está leyendo un libro de Arcadi Espada y ha escrito una reseña copiando su estilo, supongo que sin poder evitarlo. Martínez escribe habitualmente y ya le sale el gesto fluído. Me gusta leer su blog; a priori no tendríamos mucho en común, pero se mudó a París a la vez que yo me venía a Barcelona, y en todos sus textos hay como mínimo una idea, un chispazo que entra limpio como un triple desde la esquina, sin tocar aro.
Esta vez, sin embargo, escribe consciente del peso de sus dedos sobre las teclas. Duda, mide mentalmente las palabras, se concentra en cada frase, calcula lo que dice; en su búsqueda de precisión arcadiana en la mecánica creo que ha perdido algo de la puntería que tiene normalmente.

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