miércoles, 9 de enero de 2013

Prólogo al libro de Jacinto Antón

El mismo mar baña por igual las Svalbard y la Ría de Foz, la Ítaca que añoraba Odiseo y la Isla Elefante de la que Shackleton escapó.
Vivimos rodeados de él y necesitamos navegarlo y pescar; pero es un medio hostil para nosotros, que nacemos gateando. Es un enorme animal dormido que nos mata sin querer cuando se despereza, pero como tenemos que convivir con él nos decimos que lo dominamos, que lo entendemos incluso. Hemos inventado a Escila y Caribdis y al Kraken para justificar su traición cuando atacaba barcos y se quedaba con sus marineros; y dragones, en los mapas antiguos, por no confesar simplemente que había zonas de aquel mar con el que convivíamos que todavía nos eran desconocidas.
La única manera de ir perdiéndole el miedo al mar es jugar de pequeño en una playa. En ese momento todo es sencillo: no existe nada más allá del horizonte, y el mar es solamente una ola que viene a estallar en la arena y otra que la sigue; y la lucha histórica de la Humanidad contra el animal indomable se reduce a decidir entre tirarte de cabeza hacia la ola o intentar la sutileza de dejarte mecer y hacer que pase a través de ti.
Este libro funciona como una playa, una lectura soleada en la que siestear mientras suenan rítmicamente de fondo las olas batiendo contra la arena. Scott, Almászy, Lawrence... todas arrastran profundidades en las que perderse, podríamos pasarnos la vida entera buceando. Este libro te permite chapotear en la orilla, gritar entre la espuma y, tal vez, escoger una ola bajo la cual sumergirte y seguir a partir de ahí buceando mar adentro.