sábado, 24 de marzo de 2012

Insomnio en pareja

Una de esas noches de insomnio y calor y cada vez que me muevo hago ruido y descoloco algo que no seré capaz de colocar fácilmente luego sin hacer más ruido, así que debería estarme quietecito.
Y la puñetera mesa tiene un tablero circular y luego una columna —la llamo columna pero sé que es un pie, estoy convencido con mi cerrazón de madrugada de que la única palabra de todo el diccionario que sirve para referirse a columna cilíndrica que sujeta el tablero circular de una mesa no es pata ni pila sino pie, pero tengo que llamarle columna porque el puto pie acaba en tres tacos triangulares, tres piezas que de nuevo no son tres patas distintas, sino que es un trípode, con lo que el pie se convierte en tres, es uno y trino. Y yo lo único que hago es tropezarme una y otra vez con los pies; incapaz de evitarlos, como mi padre jugando al fútbol.
Solía jugar todas las semanas con sus compañeros de trabajo, que siempre eran recién licenciados que acababan de llegar a la empresa y ya estaban a punto de irse; mi padre llevaba quince años jugando el partido de los jueves y bromeaba con el otro viejo que quedaba. "A los veinte eres un gato. Corres —eso más o menos seguimos haciéndolo—, pero además giras, regateas, y sabes a dónde vas, porque a los veinte eres capaz de levantar la vista... A los cuarenta y pico corres mirando el balón y esperando que nada se te cruce por delante, eres como un elefante en estampida".
Y se me pasan por la cabeza ideas e imágenes como flashes deslumbrantes, como bombas de luz, y con la inercia de la carrera no puedo sentir otra cosa que la urgencia de escribirlo y de hacer algo, pero ya no sirve de nada, porque si soy capaz de pensar en escribir es que ya ha pasado, si todavía estuviese allí no vería nada, sólo el humo, sólo luz blanca.
Tendría simplemente que cerrar los ojos y dejarme aplastar pero no soy capaz de no intentarlo, así que hago ruido y me levanto y hago ruido y enciendo el ordenador y hago ruido y pienso que seguro que tengo algún texto a medio escribir al que le vendría bien mi energía nerviosa y desordenada de elefante en estampida, si consiguiese domarla.
De alguna manera que no recuerdo porque he llegado corriendo sin levantar la vista, me encuentro delante de un documento con aquella historia que quise contar en cualquier otro momento sobre una mesita de mi bisabuelo, por ejemplo, y lo intento aunque no me siento capaz de hablar de ebanistería.
Y encima nunca llego a la parte de mi bisabuelo haciendo la ouija para su patrón y aunque llegue no merecerá la pena, serán sólo palabras colocadas una tras otra formando frases y párrafos sin flashes deslumbrantes y habré malgastado otra vez toda mi energía en buscar un sinónimo de pie y en cuestiones teológicas.
Lo que pasa es que llegados a un determinado punto ya no se trata de decir nada en concreto y ni siquiera de que las metáforas tengan sentido, sino de sacar palabras, de sacar presión y hacer sitio, y que lo que se quede dentro sea el problema de otras noches.

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